La belleza de la gracia

La Belleza y Gracia de Dios

Mi hermana y yo tenemos la costumbre de enviarnos fotografías de los atardeceres.  Esos atardeceres que jamás son uno igual al otro y que tienen una belleza desbordante.  Tenemos la dicha de vivir en lugares en los que los atardeceres son espectaculares.  Ella está en la costa de Nayarit, y yo en las montañas de California. Esa belleza indescriptible que nos inhunda de paz y nos llena, por un instante, de un gozo interior que nos inspira y trae esperanza. Una belleza que por un momento nos hace reflexionar en que hay mucho más que nosotros mismos y nuestras circunstancias.  Además, su grandeza nos recuerda que aunque mi hermana y yo estamos lejos la una de la otra, hay una inmensidad en el cielo que nos une.

Quizá nos apasionan y atraen tanto los atardeceres porque hasta los años 90 vivimos en la gran Ciudad de México.  Aquella increíble y vibrante ciudad que en aquellos años estaba sumergida bajo una nube café causada  por la densa contaminación y la llamada  Inversión térmica.  El aire frío aplastaba todos los gases y partículas, comprimiendo el cielo en una  densa atmósfera que ocultaba cualquier indicio de cielo azul.  Así que los atardeceres coloridos eran cosa de cuentos de ficción, como lo eran los cielos azul profundo y las noches negras llenas de incontables estrellas.  Nuestros cielos eran más comparables con un atole bien espeso.  Los atardeceres podíamos admirarlos ocasionalmente cuando salíamos de la ciudad o cuando llegábamos a comprar postales o calendarios  de atardeceres tan saturados que parecían más falsos que una moneda de tres pesos.  Sabíamos que los atardeceres bellos existían, mas no eran parte de nuestra realidad.

Aún recuerdo cuando me mudé a Ensenada, Baja California. Para mí era inaudito ver los colores tan nítidos, el cielo tan claro, y los atardeceres tan intensos que parecía que me había metido en una de esas postales. A los pocos años, mi hermana también se mudó a Baja California.  Y ahí comenzó esa admiración por los atardeceres.  En realidad, por toda la belleza de la creación.

Cada vez que admiramos un atardecer, no nos queda más que reconocer que Dios es el Artista por excelencia, y que el mundo ha sido donde se ha expresado con toda majestad.  En Eclesiastés 3:11 dice: 

“Dios hizo todo hermoso en su tiempo, luego puso en la mente humana la noción de eternidad, aún cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin.”

Así como los atardeceres que están ocultos de nuestra vista por la contaminación; también la belleza, bondad y gracia de Dios nos pueden estar ocultas porque estamos bajo circunstancias que cubren los ojos de nuestra alma.  No hace falta más que leer los noticieros para encontrarnos con ese manto café de maldad. Recibir la noticia de una enfermedad, perder el empleo, ser molestado por los compañeros de escuela o trabajo.  Todo esto se vuelve en la contaminación que impide ver la gracia de Dios.

¿Cómo puedo ver a la bondad de Dios y experimentar la belleza de Su Gracia cuando todo lo que me rodea es opresivo? 

La respuesta a cómo experimentar la Gracia bajo el manto opresivo, esta en cambiar nuestro punto de vista, en la forma en que decidimos mirar. La verdad es que la Gracia no es una sorpresa fugaz, sino una realidad constante que a menudo queda velada. La pregunta "¿cómo ver?" nos impulsa a la acción.  Esa acción que hace que lo que nos rodea cambie por nuestra actitud, por nuestra sonrisa y por nuestras acciones. Es una acción mental constante para re-dirigir nuestros pensamientos a la verdad y no enfocarnos en la nube de la desesperanza.

No siempre podremos controlar la nube de maldad que se posa sobre el mundo, pero sí la humildad con la que observamos. Si Dios, como dice Eclesiastés, "hizo todo hermoso en su tiempo", entonces la hermosura ya existe, está completa, a pesar de nuestra comprensión limitada. Ver a Dios, por lo tanto, es un acto de descontaminación personal y espiritual: es la decisión diaria de rechazar el "atole espeso" de la desesperanza y de limpiar las ventanas del alma para finalmente dejar pasar la luz. Y cuando lo hacemos, descubrimos que los colores de Su Gracia nunca fueron una postal falsa, sino la promesa viva de que la belleza siempre triunfa sobre el gris, esa espesa nube gris es temporal. Es un recordatorio de que debemos enfocar nuestra mirada intencionalmente, tal como lo expresa el apóstol Pablo:

"Por último, hermanos, consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio." (Filipenses 4:8 NVI)


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